Reflexiones de octubre

La newsletter de este mes se ha retrasado un día, ¡pero aquí estoy! Este fin de semana, puente de Todos los Santos o Halloween, cada uno como quiera llamarlo, he tenido en casa una visita muy esperada: ¡mis padres! Han venido por primera vez a nuestro querido nuevo hogar y hemos pasado tres días estupendos que hemos aprovechado al máximo para disfrutar de nuestra compañía visitando lugares bonitos y comiendo bien, muy bien. Además, yo he aprovechado estos viajes para grabar clips para mi siguiente vídeo de YouTube, el cual espero publicar en las siguientes semanas, acompañando a la pieza para piano en la que estoy trabajando actualmente.

Si septiembre es el inicio de una transición, octubre es el máximo esplendor del cambio: las hojas se caen, dejando desnudos a los árboles durante varios meses y dando espacio a nuevos brotes que surgirán con el regreso de la primavera. Del mismo modo, determinadas experiencias que vivimos nos generan sentimientos negativos que se desprenden una vez los aceptamos, nos dejan vulnerables durante el tiempo de duelo, y, finalmente, con el olvido, dejan espacio a nuevas experiencias y emociones agradables. A nivel personal, durante este periodo me ha tocado vivir una de esas experiencias que nos dejan el estómago retorcido. Aunque no se trate de algo realmente importante, soy una persona muy sensible y vivo mis sentimientos con mucha intensidad, tanto los buenos como los malos, por lo que he tenido mis momentos. Ahora que los árboles se tiñen de marrón, amarillo, naranja y rojo, y el suelo se cubre de hojas muertas, empiezo a aceptar lo ocurrido, me entrego, vulnerable, ante el otoño y espero que el frío del invierno haga su trabajo y hiele las emociones negativas para dar paso al olvido y a la indiferencia ante dicha situación.

Y así es el tiempo. Transcurre, silencioso, sin que nos percatemos de su presencia. Y tan rápido como llega, se va. En el mes de octubre, el otoño comienza a hacerse cada día más presente. El frío se adentra en nuestra casa poquito a poco, sin que nos demos cuenta. De repente estás sentada en el sofá viendo Downton Abbey y te das cuenta de que tienes los pies helados. Así que te pones los calcetines que te tejió tu abuela hace no sabes cuántos inviernos, te preparas un chocolate caliente, te echas por encima la manta rosa de punto que también te tejió tu abuela y sigues viendo tu serie. Y así son los domingos de otoño. ¿No es maravilloso?

Con el comienzo de octubre también ha iniciado el nuevo curso en la escuela de música. Me he reencontrado con mis alumnos y he conocido a los nuevos. Debido a mi carácter introvertido y algo inseguro (cada vez menos), el primer día de trabajo, o de cualquier cosa, en realidad, todos los primeros días de todas las cosas de la vida, me pongo muy nerviosa, como si sintiera que durante el verano mis alumnos han cambiado de opinión y ya no les gustan mis clases, o como si se me hubiera olvidado cómo trabajar. Incluso tengo pesadillas y todo: me veo cometiendo errores y negligencias terroríficas por las cuales todo el mundo empieza a pensar que soy un fraude y que no valgo para nada. Así es mi cabecita cuando se empeña en ser autodestructiva. ¡Menos mal que no le da por ponerse así de intensa todos los días!

Todos estos pensamientos negativos desaparecen una vez veo las caritas de mis alumnos y comienzo las clases: un torrente de energía bonita me recorre por dentro y no puedo más que sonreír y emocionarme con lo feliz que me siento con mi trabajo. La mayor satisfacción que puedo sentir como profesora es ver en sus ojitos la emoción y la ilusión por comprender la música, por sentirla y por aprenderla.

Como todo ser humano, tengo mis días, mis altibajos y mis momentos malos. Pero cuando consigo pararme a pensar en lo que estoy haciendo, en la vida que estoy teniendo y en todo lo que he conseguido, me siento afortunada y agradecida. En diciembre cumpliré veintiocho años, y tenía dieciocho cuando di mi primera clase de piano. Ya han pasado diez años desde que empecé con esta profesión que me apasiona cada día más. Desde entonces, en ningún momento he dejado de formarme y de aprender, y aún así, cada alumno es completamente distinto al anterior: su forma de comprender, sus motivaciones, sus características, sus gustos musicales y sus intenciones… lo que me lleva a sentir la necesidad de seguir estudiando e indagando, de buscar la mejor manera de hacer llegar mis conocimientos a cada uno de mis alumnos. Y gracias a eso esta profesión es tan interesante y siempre tan distinta.

Y hasta aquí llega la carta de octubre. ¿Qué opinas del otoño?¿También te parece un momento de transición?

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