Soy Conchi Martínez Gil

¿Quién soy profesionalmente?

Nací en Albacete en el invierno de 1994. Mi primer contacto con la música fue en el piano de mi abuelo, en el que yo trasteaba horas y horas cada vez que lo visitábamos. Todas las Noche Buena las pasaba aporreando sus teclas, inventando melodías y tratando de sacar canciones de oído.

Mucho costó a mis padres convencerme para entrar en el conservatorio, pero finalmente accedí y estudié el Grado Profesional de Música en el Real Conservatorio de Música y Danza de Albacete en las especialidades de piano y canto lírico (aunque esta última no la llegué a finalizar). La formación musical la compaginé con mi otra pasión, la literatura, estudiando el Grado en Estudios Ingleses: Lengua, Cultura y Literatura (antes conocido como Filología Inglesa) en la UNED.

Muy pronto descubrí que lo que más me apasionaba de la música era inculcar mi amor por ella a otras personas, especialmente a los más pequeños, por lo que decidí ampliar mi formación estudiando el Doble Grado en Maestro de Educación Infantil y Primaria y especializándome en Educación Musical.

Me gusta entender la música como el lenguaje del alma, ya que ella es capaz de transmitirnos todo tipo de sensaciones y emociones y, además, gracias a ella podemos alcanzar un mayor conocimiento y comprensión de nosotros mismos, así como mejorar nuestra comunicación con los demás. Como lenguaje, se puede aprender, pero además es un lenguaje universal, por lo que su alcance no tiene límites: todos podemos aprender a entenderla y a interpretarla.

Ya conoces mi currículum pero, ¿quién soy de verdad?

Fui el regalo de Navidad de mis padres en el 1994, ¡y vaya regalo! Pesé casi 5 kg, nací bien sana. Soy la hija de una madre de El Bonillo y de un padre medio de Albacete medio de Salobreña (Granada), por cuya madre, fallecida demasiado prematuramente, me llamaron Concepción, nombre que llevo con mucha honra y cariño. Soy hermana pequeña de un músico filósofo y hermana mayor de un matemático urbanita. Aunque de niños nos teníamos la guerra declarada, mi hermano mayor siempre me ha adorado y protegido, y mi interés en la música se debe, al menos en parte, gracias a él y a su dulzura con el violín.

Mi madre me decía que aprendí a bailar antes que a andar, y con tan solo dos añitos me apuntó a clases de baile, ¡danza española, olé! Y bailando estuve hasta que empecé el instituto.

Cuando empezó la fiebre de Operación Triunfo, yo soñaba con ir a Eurojunior, pero mis padres no me hicieron caso, (y menos mal, gracias a Dios) así que me tuve que conformar con cantar en una Coral Infantil. Y me gustó tanto que, desde entonces, seguí cantando en coros hasta que llegó el COVID-19.

Y así fueron pasando los años y me fui haciendo mayor, siempre con la música en el cuerpo. Y, ya de adulta, tras vivir una temporada en Las Palmas de Gran Canaria y otra temporada en mi ciudad natal, y pasarme gran parte de mi vida profesional trabajando en academias privadas, me di cuenta de que quería y podía desempeñar mi actividad de manera independiente, por lo que me armé de valor y creé El piano de Conchi. Y ahora vivo en un pueblo precioso de Ourense, donde soy profesora de piano online desde mi propia casa y, además, trabajo en la escuela municipal de música del pueblo.

Y estoy eternamente agradecida a mi pareja, sin cuyo apoyo me habría sido imposible comenzar este proyecto.

Pero, todavía no lo sabéis todo sobre mí. La música es muy importante en mi vida, por supuesto, pero no es lo único. Me encanta la naturaleza, disfruto muchísimo de los paseos solitarios por el campo escuchando el sonido de los pájaros, el crujir de las hojas y el murmullo del río. Cuando tengo días oscuros, solo tengo que salir a pasear para que me cambie el humor por completo. Me apasiona la literatura y la paz mental que me produce leer: ese momento conmigo misma en el que me olvido de todo y me introduzco en tiempos lejanos. ¡Soy incapaz de conciliar el sueño si no leo un poquito! También soy una gran aficionada a las labores manuales de toda la vida, como el ganchillo y el macramé (soy un poco abuela) y, aunque no se me da notablemente bien, me gusta mucho pintar.
El deporte es para mí, más que una afición, una necesidad, y, por inculcación de mi padre, que podría decirse que es un yogui profesional y mi “maestro gurú”, practico yoga desde hace muchos años. La natación es mi segundo deporte preferido, y es que siempre me gustó estar dentro del agua, cuanto más fría, mejor. Recuerdo que, cuando íbamos a la playa, mi padre me decía que yo era como una “sardinilla” porque no quería salirme del mar. Mi padre es así, ya me podría haber dicho que era como una sirenita, o como la princesa Ariel, pero no, yo era una “sardinilla”. Y me encanta.

Pero, si hay algo con lo que disfruto especialmente en la vida es con las pequeñas cosas cotidianas. El silencio de la mañana en el campo, el olor a café recién hecho, el sonido de la lluvia en los cristales. Echarme la siesta viendo Friends, los domingos de procrastinación y películas de “amor y flores”. La buena compañía, y también la soledad; noches de película, manta y palomitas; reírme a carcajada limpia hasta que se me salten las lágrimas y me duela toda la cara. Y, sobre todo, disfruto mucho de la buena comida, y, aunque me cueste admitirlo, soy adicta a las patatas fritas.

Esta foto demuestra lo mucho que disfruto comiendo (¡qué desastre!).

Y, para que esta foto de una mini Conchi disfrutando un petite-suisse de chocolate como si fuera lo más maravilloso que probaría en toda su vida, no sea la última foto de esta página de presentación, aquí dejo una algo más profesional.