El amor como motor del mundo

Hace un tiempo me di cuenta de algo. A veces se me olvida pero, de vez en cuando, una voz interna me lo recuerda. Más que una voz, es una sensación. De repente, me viene a la mente y un escalofrío cálido, un “escalocálido” me recorre el cuerpo desde el estómago hasta la boca, obligándome a sonreír. No me ocurre muy a menudo, y cuando ocurre, a veces no dura mucho. Pero es maravilloso.

Este pensamiento, esta idea, esta reflexión tan intensa y poderosa es la siguiente: el amor puede con todo. Sí. Quizás suene a cliché, a película dominguera de “amor y flores” como diría mi madre, a eslogan de revista. Pero es verdad. No me refiero solo al amor romántico, que también, sino al amor en todas sus facetas, en todo su esplendor. El amor de la familia, el amor de los amigos, el amor de la pareja, el amor de una misma, el amor al arte, el amor a la comida, el amor a las cosas bien hechas, el amor a la naturaleza, el amor a lo que uno hace. El amor a la vida. La adversidad se supera con amor. El dolor se calma con amor. Las pérdidas se suavizan con el amor de los que se quedan. La comida sale mejor cuando cocinamos con amor. Las tareas bien hechas son las que se hacen con amor. El amor está en todas partes, lo queramos o no. Y si nos esforzáramos en poner un poquito de amor en nuestras vidas, nos iría mejor. ¿Por qué no añadir una dosis de amor a todo lo que hacemos?¿Por qué no dedicarle a cada pequeña tarea el amor y la paciencia que se merece? Fregar los platos como si los acariciaras; hacer la cama bien estiradita, sin una solo arruga; escribir bien y bonito; doblar la ropa con cariño; ponernos crema en la cara con un masaje lento y mimoso; lavarnos el pelo disfrutando del olor del champú y del masaje capilar. Dar más abrazos, más besos, más caricias. Encontrar la belleza en lo cotidiano, o crearla: encender velas, poner un jarrón con flores, una foto o lámina bonita, escuchar más música… Poner amor en nuestras interacciones: darle los buenos días al vecino cuyo perro ladra a todas horas, dar las gracias a la cajera del supermercado, sonreír al panadero, desearle un buen día al barrendero. Ser más amables, como dice mi compañera Conchi Muna en un texto precioso que recomiendo encarecidamente leer (haz clic aquí). Cuidarnos y querernos a nosotros mismos, darnos un capricho de vez en cuando (el mío de este mes ha sido el calendario de Sara Paint y su librito de las estaciones), descubrir lo que nos hace sentir bien. Y hacerlo. Voy a lanzar una reflexión. Te animo a que te pares a pensar qué haces cuando estás bien. Yo, por ejemplo, me he dado cuenta de que cando estoy feliz no puedo dejar de cantar. En la ducha, cocinando, paseando. Todo el rato. Cuando llevo días sin cantar, me preocupo. Soy como un jilguero. Y tú, ¿qué haces cuando te sientes feliz?

Quizás esta reflexión la tengo tan presente ahora porque se acerca la Navidad, es posible. La Navidad siempre ha sido mi época preferida del año, desde que tengo memoria. La Noche Buena, mi día y mi noche preferidos. Sí, desde pequeña, el día 24 de diciembre ha sido siempre el mejor del año para mí. Ni mi cumpleaños (que está cerca, es el 30), ni el último día de cole, ni el día de Reyes. La Noche Buena. ¿Por qué? Porque nada era más atractivo para mí que pasar la tarde y parte de la noche en casa de mi yayo Antonio y mi yaya Julia, con mis hermanos, primos y toda mi familia paterna, inflándome a turrón Suchard (mi yaya sabía que me encantaba y compraba a espuertas), viendo cómo los adultos reían como nunca (una vez vi a mi padre llorar de la risa) y pudiendo pasar todo el tiempo que quisiera tocando el maravilloso piano de mi tita Juli, un Shimmel precioso con un sonido espectacular. Era un día maravilloso. ¡Incluso venía Papá Noel y entraba por el balcón! Después de cenar, los niños nos sentábamos junto a la ventana esperando ver el trineo, y tanta ilusión teníamos que juro haberlo visto alguna vez.

Mi yayo Antonio se fue demasiado pronto. Era una persona maravillosa, siempre con una sonrisa en la cara y una risa grave y profunda, de estas que te salen de dentro. Le encantaba el chocolate negro, como a mi padre. El amor de los que nos quedamos nos ayudó a superar la pérdida y a seguir hacia delante. Él se fue, pero otros vinieron. Más hermanos y más primos.

Sin embargo, el tiempo pasa demasiado rápido, y ya hace tiempo que no tenemos una Noche Buena como aquellas. Y la de este año sea quizás la más extraña de todas: mi yaya Julia nos dejó hace dos semanas, fuerte y valiente como ella sola. Otra gran persona deteriorada por el tiempo. De nuevo, el amor de los que nos quedamos nos tiene que ayudar a superar la pérdida.

A pesar de todo, de que ya no nos juntamos como antes, de que las últimas navidades han sido un desastre debido al COVID, me niego a dejar de amar la Navidad. Cuando pienso en esta época del año, veo amor, veo familia, veo música, veo felicidad e ilusión por estar juntos. Y este año tengo las mismas ganas de que llegue que cuando era pequeña.

El amor puede con todo. Me gusta pensarlo y sentirlo así. Y por eso me da tanta pena que, últimamente, la sociedad parece que está evolucionando hacia lo contrario. El otro día vi una entrevista de la escritora y periodista Vivian Gornick, activista de la segunda ola feminista de Estados Unidos, en la que promocionaba su último libro, El fin de la novela de amor. Aunque ya el título no me gusta, no puedo juzgar un libro antes de leerlo, así que no hablaré de ello. Pero sí que dijo algo en la entrevista que no me gustó absolutamente nada. Gornick afirmaba que las personas debemos poner el trabajo por delante del amor, que solo cuando el amor quede en segundo lugar, por detrás del trabajo, podremos progresar. ¡Pues solo nos quedaba esto! Si ponemos el trabajo por delante del amor, ¿qué nos queda? Además, el amor también puede estar en el trabajo. En mi caso, no concibo estas dos palabras por separado. Si no amara lo que hago, no lo estaría haciendo. Precisamente, he decidido dedicarme a esto porque amo mi profesión. Pero, al mismo tiempo, amo mi profesión porque amo la música, la ilusión de una persona por aprender algo nuevo y poder ser yo el vehículo de aprendizaje. Y no podría haber empezado esto si no fuera por el amor de las personas que tengo cerca: el amor de mi pareja, que me ayuda y apoya en todas mis locuras; el amor de mis alumnos, que confían en mí para poner en mis manos su aprendizaje, el amor de mis amigos y mi familia, que me animan y me dan publicidad. ¿Qué sería de todo esto sin amor? Ya os digo yo, que nada sería igual.

Y para ti, ¿cómo de importante es el amor?

Gracias por leerme❤️
Conchi Martínez

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