La música calienta hasta el corazón más frío

Me siento feliz.
Este mes ha sido muy intenso, con muchas actividades y proyectos, y, aunque lo he disfrutado todo con intensidad, mi cuerpo me pide descansa. ¡Hasta me ha salido un herpes en la nariz! Horrible.

Febrero empezó con el concierto de alumnos de la Escuela Municipal de Música de Allariz, en la que soy profe. Los conciertos de alumnos siempre me generan mucho estrés. Siento los nervios de cada uno de mis alumnos como si fueran míos, con lo que lo paso realmente mal. Aunque al final todo sale siempre bien, y me gusta verlos en el escenario tan concentrados y tan bonicos, lo que más disfruto de los conciertos es su final. Recuerdo lo nerviosa que me ponía yo en las audiciones de piano del conservatorio, revivo esa ansiedad y se multiplica por el número de alumnos míos que vayan a tocar… ¡imagínate qué estrés! La verdad es que creo que lo paso yo peor que ellos. 

El primer fin de semana de febrero fue uno de los más bonitos de los últimos años. Tuve la oportunidad de ver en directo a Kevin Johansen, mi cantautor preferido. Si no lo conoces, te recomiendo encarecidamente que lo escuches. Su música transmite una buena energía que te anima a sonreír, tararear y bailar. Sus letras hablan de amor y de desamor, de comida, de historias y de historia, de sentimientos, de personajes, del tiempo, de la vida… todo tratado desde una perspectiva muy entrañable y, a veces algo cómica.
El concierto fue precioso desde el principio a su fin. En el bis, animó al público a que bailaran, y sugirió que lo hicieran en el escenario, a su lado. Por lo que la gente fue subiendo poquito a poco al escenario, mientras bailaban, y se formó un corrillo a su alrededor de personas felices que bailaban al son de su músico preferido. Incluso él dejó la guitarra y bailó con varias personas mientras los demás músicos tocaban. Fue pura magia. Y es que Kevin Johansen canta con una mano en su guitarra y otra en su corazón, y cuando esto sucede, la música es más música que nunca: es humana, es pura y es mágica.

La música es humana, y a cuantas más personas llegue, mejor. ¡Y esto es así! Y quien diga lo contrario, miente. Durante los diez minutos que duró este momento, estas personas se olvidaron de ser maestros, médicos, administrativos, programadores, barrenderos, alcaldes, conserjes, cocineros, camareros, técnicos o empresarios, estudiantes, parados o jubilados. Sólo eran niños bailando y siendo felices. Nada más importaba. Estas personas, perfectas desconocidas, se desnudaron el alma juntas para compartir un momento mágico que recordarán siempre.
Gracias, de corazón, a todas las personas que hacen que el mundo sea un poquito mejor con su música.

El pasado jueves día 23 de febrero se celebró el Día de Rosalía de Castro. Rosalía es una poetisa muy querida en toda Galicia, y este día se celebra con mucho cariño. En Allariz tuvo lugar un acto muy bonito en el que participé con gran ilusión. Canté dos de sus poemas, “Como chove miudiño” y “No bico un cantar”. Este último es una verdadera maravilla, tiene una emoción y una intensidad que emociona a cualquiera, gallego o no. Fue precioso y lo disfruté muchísimo. Me dejé el alma entera en los dos poemas, porque yo soy así de intensa, y cuando canto, me rajo las costillas y entrego mi alma entera a todo el que me escucha. Quizás por eso me da tanta vergüenza. Estoy muy agradecida por que el concello contara con mi participación, y  espero poder repetirlo el próximo año.

Y llegó el último fin de semana de febrero, y no pudo ser más especial.
Estos días he estado en Ourense asistiendo a un curso de dirección coral. Me apunté un poco (bastante) a ciegas. Y ha sido absolutamente maravilloso. En primer lugar, el ponente, Josu Elberdin, es un director con una trayectoria espectacular. Yo, inculta de mí, no lo conocía, y fui al curso sin haberme informado. Pero, lo mejor de todo es que es una gran persona. Humilde, sincero y sencillo. Humano, muy humano. Además, contábamos con la participación de la Coral Cantiga para poder practicar la dirección. Estaré eternamente agradecida a mi subconsciente, que me obligó a levantar el brazo bien estiradito, ofreciéndome voluntaria para dirigir un arreglo precioso de “No dudaría”, de Antonio Flores. No sé explicar con palabras todo lo que sentí mientras dirigía al coro. La primera vez lo hice sin dejar de mirar la partitura. Me moría de vergüenza. Pero el profesor me animó a repetirlo, buscando contacto visual con ellos. Lo repetí. Pero esta vez me obligué a mirar hacia delante y a observar sus caras. Fue maravilloso. Sentir todas las voces mezcladas tan de cerca, tan envolventes, que me sonrieran cada vez que establecía contacto visual con ellos… fue increíble. Me empecé a emocionar y, como no podía ser de otra manera, dada mi naturaleza intensa y sincera, se me saltaron las lágrimas al terminar. No lo pude evitar.  Todo el mundo se enterneció, el director me abrazó y el coro aplaudió, emocionado. “¿Veis? Por esto yo dirijo coros”, dijo el director. Y se generó una atmósfera puramente humana que nos envolvió a todos en una nube de felicidad y de paz que recordaremos con mucho cariño. Al menos yo, no lo olvidaré nunca. Sólo la música puede conseguir esto. La música es maravillosa.

Este fin de semana, y sobre todo ese momento, me han dado la energía y la ilusión que necesitaba para seguir luchando por conseguir mi nuevo proyecto, el cual espero poder contar próximamente.

Y así de agradecida y emocionada, me despido. Espero que marzo te traiga mucha felicidad y cosas bonitas. ¡Hasta la próxima!

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