Verano, ya estás aquí

No puedo creer que hayan pasado ya tres meses desde la última vez que escribí. ¡Qué rápido transcurre el tiempo! En un principio, mi intención era publicar, al menos, una entrada al mes. Veo que he fracasado estrepitosamente en mi objetivo… Así que he pensado que, quizás la forma de escribir más activamente sea la de fijarme una fecha obligatoria para cada nueva entrada, y esa fecha será el último lunes de cada mes. ¿Por qué? Lunes, porque así programo una actividad bonita para ese día de la semana que tanto nos cuesta y que tan poco nos gusta; y el último del mes, porque así me servirá de reflexión acerca del mes transcurrido, al mismo tiempo que de planificación y proyección de expectativas, planes e ilusiones para el siguiente.

Durante los tres meses que han transcurrido desde mi última entrada, me he visto abrumada por las obligaciones y la rutina, el estrés y la ansiedad. La rutina siempre me ha ofrecido sensación de estabilidad y seguridad. Incluso en vacaciones, me establezco mi propio plan para organizarme todas las tareas y actividades que deseo hacer durante el día, ya sean tareas domésticas, ejercicio, paseos, leer o incluso echarme la siesta. Me gusta programar mi tiempo, sentirme dueña de él. Nunca me ha gustado dejar mi día a la incertidumbre del tiempo. Sin embargo, la rutina es el bucle en el que entramos cuando llegamos a tal punto de estrés que perdemos el rumbo y olvidamos por qué hacemos las cosas. Nos levantamos, hacemos lo que tenemos que hacer, comemos, seguimos haciendo lo que tenemos que hacer, cenamos y a dormir. Y, al día siguiente, volvemos a repetir el mismo patrón. Una y otra vez.

A mí me sucede, especialmente cuando se aproxima un evento que me genera mucha ansiedad, que me focalizo tanto en dicho evento que me olvido de todo lo demás, me pierdo en mi propio agobio. Elimino todas las actividades (aparentemente) innecesarias e improductivas de las que disfruto, porque llego a pensar que no merezco realizarlas hasta que finalice lo importante. Y estos últimos meses, lo que ha ocurrido es que se han encadenado varios de esos eventos estresantes, por lo que me he olvidado de mí durante, prácticamente, tres meses. Esas imposiciones que me pongo yo solita, el no permitirme disfrutar hasta que no termino esas tareas desagradables impuestas desde el exterior y que me generan gran estrés, ya sean exámenes, actuaciones, conciertos de alumnos, etc., me han hecho mucho daño durante estos últimos meses. Y, así, se me pasa la vida por delante.

Por esta razón, me he propuesto disfrutar al máximo de los meses de verano y realizar todos los proyectos e ideas que he tenido en mente durante este tiempo. Pero, no solo eso. Me he dado cuenta de que, más allá de las obligaciones diarias, lo único importante es sentirse bien con una misma, y para ello nos tenemos que mimar, dedicar tiempo a las actividades que nos llenan de energía y de creatividad. Solo si nos sentimos bien, si nos queremos y estamos contentos con nuestra vida y nuestro día a día, estaremos en disposición de hacer nuestro trabajo con la pasión que se merece.

Y eso es a lo que me he estado dedicando esta primera semana de vacaciones. Sin duda, lo que más he hecho ha sido dormir, ¡y qué bien que me ha sentado! Llevaba demasiadas semanas acumulando sueño, estaba tan cansada que ya ni si quiera sentía el cansancio. Y qué necesario es dormir y descansar bien.

La segunda actividad que más estoy disfrutando es dedicarme a las tareas domésticas desde una perspectiva muy diferente a la que me impone la rutina. Me gusta dedicar tiempo a mi casa, pues es el espacio en el que paso la mayor parte del tiempo: donde descanso, donde cocino, donde como, donde trabajo y donde estudio. Además, disfruto mucho de estar en casa, de la tranquilidad y la seguridad del hogar propio en el que construyo mi vida junto a la de mi pareja.

De esta forma, gracias a esta reflexión, nada volverá a ser como antes, no puede serlo. Cuando llegue septiembre y todo vuelva a empezar, entre tanta rutina, me he prometido hacer lo posible para encontrar tiempo para mí, porque no pasa nada por ser un poco improductiva con lo establecido y más productiva conmigo misma. Y, sobre todo, para tomarme las cosas de otra manera, y permitirme disfrutar sin sentir que antes deben ir las obligaciones. Observar detenidamente los pequeños momentos cotidianos que están llenos de belleza, como esos minutos de remoloneo en la cama antes de levantarme, el olor a pan tostado, el verde abrumador del campo que puedo ver desde mi ventana con solo levantar la vista, o lo que más añoraba cuando vivía en la ciudad: sentir el aire limpio y fresco en la cara. Permitirme dar paseos mañaneros por el río, perderme en el reflejo de las ramas de los árboles en el agua oscura.

En definitiva, caminar más despacio y caminar mejor. Respirar.

Y la consecuencia inmediata de esta reflexión es que las próximas semanas las voy a dedicar a plasmar todas las ideas musicales que tengo en la cabeza, y las compartiré en cuanto estén preparadas para ver la luz. Me he pasado gran parte de mi vida pensando que no soy lo suficientemente buena para esto o lo suficientemente buena para lo otro, que me falta formación para esto o que me falta talento para esto otro, esperando el permiso o la validación de otros para hacer cualquier cosa. Pero ya he cambiado de opinión, ¡y menos mal! Siento una inmensa motivación intrínseca que me lleva a la necesidad de realizar todas las actividades que me pide el alma, y me he dado cuenta de que eso es lo único que necesito para llevarlas a cabo. Así pues, dentro de muy poco tiempo, este espacio se empezará a llenar de cosas bonitas que deseo compartir.

Porque me apetece. Y punto.

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