Podemos con todo, aunque no nos lo creamos

Podemos con todo, aunque no nos lo creamos

Más de dos meses que llevo de retraso… Pero, mira, demasiadas cosas tengo ya en mi vida que me generan estrés como para estresarme también con algo que hago por puro placer. Así que, me lo perdono, espero que tú también me lo perdones.
Si durante el mes de mayo al final no hubo newsletter, no fue por falta de ganas, ni por ausencia de cosas que deseara contar. Sino por una absoluta falta de tiempo. Los meses de mayo y junio son siempre los más estresantes para mí. Es cuando se concentra el final de todas las cosas que llevo para delante durante el curso, y mi tiempo se ve reducido al máximo. Conciertos de alumnos, últimas clases, exámenes y trabajos de la universidad… más las responsabilidades que la vida te quiera echar en cara para recordarte que eres adulta. Súper divertido.
De una forma o de otra, han pasado más de dos meses y se me acumulan las cosas que contar.

El mes de mayo me trajo una experiencia maravillosa que me hizo crecer como persona y que infló un poquito mi autoestima, algo que, en ocasiones, me hace muchísima falta.
El 27 de mayo fue el primer concierto del Coro Infantil de la Escuela Municipal de Música de Allariz (qué nombre tan largo, a ver si para el curso que viene buscamos un nombre más cortito), este proyecto en el que he estado trabajando durante tanto tiempo, y que finalmente nació en marzo, para poder asistir a Ourencanto. ¡Por cierto! Ya está disponible en YouTube el vídeo oficial de Ourencanto 2023, en el que se puede ver las actuaciones al completo. Dejo enlace aquí:

No miento si digo que las tres semanas anteriores al concierto, mi ansiedad alcanzó niveles desagradables, muy desagradables. Una y otra vez me atormentaba el síndrome del impostor, pensamientos irracionales que me hacían dudar de mi trabajo, de mi valía y que tiraban por tierra todo el esfuerzo realizado hasta el momento. Pensamientos como “el día del concierto se van a dar cuenta de que los estoy engañando a todos, de que yo no valgo para esto”… pensamientos que hacen mucho daño y ningún bien.
Como no podía ser de otra manera, para cumplir con eso que digo siempre de que en mayo se me junta todo, la tarde de antes del concierto, justo después del último ensayo, tuve un examen de la universidad, y, a la mañana siguiente, día del concierto, otro examen. Ese fin de semana no me dio un infarto porque el Universo no quiso… Pero al final las cosas salen bien. No sé cómo, ni por qué, pero salen bien.
Mi ansiedad ante el concierto iba creciendo y creciendo conforme se acercaba el momento. Llegaron los dos coros invitados, la Coral Infantil Cantiga de Ourense y el coro del CEIP Luis Tobío, de Viveiro (Lugo), y mis nervios crecían y crecían, amenazándome con estallar en cualquier momento y transformarse en un brote psicótico. 
Llegó el momento. El concierto empezó. Y, conforme puse un pie en el escenario, al ver a mis niños tan formales, tan colocaditos, tan concentrados y tan lindos, se me pasaron todos los nervios de una, como por arte de magia. Sólo pensé: “Esto es por y para ellos. Haz que disfruten. Disfruta con ellos”. Y vaya que si disfruté. Me sentí la persona más feliz el mundo. Gracias, también, al apoyo de mi chico, que no solo estuvo toda la tarde allí ayudándome en todo y pendiente de lo que pudiera necesitar, sino que, además, tocó con nosotros como percusionista.
No conozco palabras que expresen lo que sentí cuando me vi delante de mis niños y de los componentes de los otros coros, todos con sus ojitos puestos en mí, esperando mis indicaciones. Al sentir la proyección de sus voces directas hacía mí. Sus miradas sonrientes. Sus voces, que también sonreían. Todos felices de estar viviendo una experiencia tan bonita. Y yo experimentándolo en primera persona. Y tan de cerca.
Fue sublime. ¡Me sentí tremendamente feliz toda la semana!

Y lo más bonito, es que esa intensa felicidad que sentía yo, también la sentían mis niños. Al final, había cumplido mi objetivo: que mis niños disfrutaran cantando de la misma manera que disfrutan jugando al fútbol, al baloncesto o bailando. Porque, como digo siempre, los niños, cuando cantan, son felices.

Terminó mayo, y junio empezó con más cosas que hacer: más trabajos, más exámenes y más conciertos. Menos mal que el resto de los meses son algo más tranquilos, porque si no, yo no podría vivir así. 
El 15 de junio tuvo lugar el concierto de fin de curso de los alumnos de la Escuela Municipal, momento en el que yo me pongo tan nerviosa como ellos (o más). Y es un momento bastante crítico para mí, lo confieso, porque se supone que yo debería ser una figura de apoyo en esos momentos para ellos, pero estoy tan estresada que tengo la impresión de que no lo hago especialmente bien (otra vez me ataca el síndrome del impostor). Sin embargo, para este concierto había logrado mantener a raya los pensamientos negativos (estoy trabajando mucho en este tema), pero justo el día de antes, tuve una experiencia muy desagradable y negativa relacionada con este ámbito,  que me desmontó todo el trabajo enterito, desde los cimientos. Mi ansiedad dijo:”¡Hola, aquí estoy! Pensabas que te ibas a librar, ¿eh?”. Y sí, volví a tener momentos críticos en los que pensaba que me iba a dar un patatús. Pero, como he dicho antes, las cosas, al final, siempre salen bien. Y así fue. Todas las actuaciones fueron preciosas, los niños disfrutaron muchísimo y las mamás y papás quedaron encantados. Tanto, que al día siguiente recibí una avalancha de mensajes de agradecimiento en los que me decían cosas preciosas. No olvidaré las palabras de una mamá, quien me dijo que yo soy “un ser de luz”.
Todas estas muestras de aprecio y de agradecimiento, lograron borrar, al menos en su mayor parte, los sentimientos suscitados por la experiencia vivida el día anterior al concierto. 
El aprendizaje que obtengo de esto es que, a veces, nos empeñamos en darle más importancia a lo negativo que a lo positivo. Podemos tener un saco entero de almendras de calidad, pero, si vemos una almendra pocha, nos obsesionamos con esa almendra pocha, y no apreciamos la cantidad de almendras buenas que hemos logrado recolectar. ¿Por qué hacemos esto? ¿Porque es más fácil? Pero, desde luego, no nos facilita la vida ni nos hace más felices. La vida no es tan larga como para darle importancia a las almendras pochas. (No sé qué me ha dado hoy con las almendras, pero me ha parecido una buena comparación).

Actuación del coro en el concierto de fin de curso. No subo imágenes de las actuaciones de los otros grupos por temas de intimidad personal de los niños, pero en mi Instagram podéis ver algunos vídeos (con las caritas pixeladas). Podéis acceder a través de este enlace:

Por lo tanto, a pesar de esos momentos de estrés en los que estoy a punto de estallar y de volverme loca, al final el balance es positivo, tremendamente positivo, y estas pequeñas experiencias me llenan de energía para seguir haciendo lo que estoy haciendo: me indican que estoy en el camino correcto, que la docencia es mi vocación en la vida y que los niños son lo mejor de este mundo.
Y sin mucho más que contar, me despido hasta el mes que viene. ¡Hasta la próxima!